sábado, 13 de febrero de 2010

CANTO DE JÚBILO PARA ATENUAR EL DOLOR

Maestro
en la cáscara de la noche busqué tu imagen excluida del rostro de la tierra en calenda expirada, la matriz de la inspiración partió contigo agarrada a la clavícula de los sueños; yo epígono de tu impronta literaria persigo el trazo de tu pluma fértil, fecunda, aún viva en los pliegues de las páginas del tiempo.

Maestro
en la edición de mis obras por venir habrá un folio esperando tus grafemas, para conceptuar mis criaturas poémicas nacida en el verano de tu ausencia, no ha parido la terra otra fécula capaz de superar el numen que entrañan tus creaciones nutridas con la fonía canora que heredaste de Lata en una noche piel de mariposa.

Maestro
Lata, Guamo, Montes de María rechazan tu ausencia inconclusa incrustada en el traslapo de un recuerdo necrológico que arruga los latidos del tiempo, en el revés del follaje de Lata, Guamo y Montes está archivada la voz canina de quienes siguieron tu rastro en los caminos enrevesados por donde la vida se escurre en cada espabilar.

Mi maestro
hay un sonido estrangulado en la garganta de los poetas, que torpedea, tortura y paraliza la luz itinerante de los versos huérfanos por la interrupción de tus gestos biológicos y, hay una lágrima transitando la mejilla de la nostalgia que se niega a suspender el duelo en los cuerpos literarios que inventaron contigo otras formas.

Mi maestro
en el Guamo el reloj traspuso sus manecillas para revocar el sepulcro de la luz que nació en Lata y amarró con bejucos los primeros cantos de los perros en las madrugadas preñadas de vibración eróticas; las crisálidas agilizan un desfile de colores tétricos en homenaje al gigantesco epónimo que alumbró la geografía guamera.

Mi maestro
en el extravío de la noche sobre el horizonte, agoniza el último suspiro poético mientras el día accidenta su aleteo en la curva del espejo que revela nidos de pájaros iluminados de infancia en la topografía de Lata, tu ausencia decapitó arreboles, congeló sonrisas en los rostros líricos y sembró tiniebla en cada poro.

Mi maestro
en los pliegues nocturnos se alimenta la comparsa álgica que danza con luto en el cerebro por los caminos escarpados de los Montes de María, toda vez que no columbra la retórica fisonomía de Abel, icono que deambula flagrante en mis arterias como linfa cortical lactando la clorofila de mis esperanzas.


Raffael Medina Brochero

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